EN ARCO 2010 # 4: LA COLUMNA DE PHILEAS GLAUCA



ARCO 2010

Intramo a ritornare nel chiaro mondo

Dante Alighieri

Phileas Glauca
21/02/2010


Hirst, Hirst… Hirst, Hirst, los grillos estridulan con la luz del ocaso artístico. Una araña filamentosa teje una red transparente durante los cinco días de ARCO. De una galería a otra, tensos cables de nylon transparente, cortantes, resistentes como el hilo de pescar. Lógico. Son todos ríos que quieren que te reflejes en sus aguas. Leteos donde brindar sólo por el presente. Y pescarte, o cortarte la cabeza.

En la galería X, retrato de Obama hecho con Chimos de cola, en la galería XX, Obama Pin-up sobre un obús en aerógrafo, en la XXX, Obama desnudo tras la alambrada de Mauthansen.

La veo al final del primer pasillo. Es una princesa de la clase Business. El pelo le cae rojo sincero y ondulado. Destaca al saber que la elegancia no es sólo cuello mao. El baile acaba de empezar. Entro en los 40 metros de la Franz Hausser de Londres. El cazador gusta de mirar todo menos a su presa. Me intereso por un vinilo de Sharon Cullin al otro lado del pasillo. Entro como en una cantina de Western para auscultar la superficie plástica. Corte aquí, muesca allá, esquinas biseladas y bien adheridas al DM. ¿Cómo cojones se lleva uno una pegatina a casa de cuatro metros? Enrollada, gilipollas. Me llevo la mano a la culata. Es Juan Arconada, que me ha leído el pensamiento. ¿Has visto a la pelirroja? He visto tres. La que no tiene cuello mao. Fantástica. ¿Zapaca 25 años? Cubaney Añejo. Y ambos bebemos de la petaca del otro.

Dicen que nacemos escuchando el tremendo ruido que hace la tierra al rotar, y que no lo percibimos porque siempre ha estado ahí, es un sonido innato, como el del veloz torrente de sangre, que cuando lo dejas de escuchar ya es tarde para saber de dónde venía ese constante rumiar. Cuando ARCO se apaga, dejas de oír un murmullo colectivo al que te habías acostumbrado nada más pasar por el cuello del útero de Ifema: todDanteas las voces parecen decir: Demasiada fotografía. Es un clásico.

Arconada desaparece tras una rubia con medias de lentejuelas, chaqueta de lentejuelas y lengua de lentejuelas. Su caminar decidido junto con el trago de Cubaney, me infunden el valor necesario para hacerme cuarenta cuarenta en media hora. Un tal Peter llena todo con resina de colorinches, Aracne Chiato teje líneas negras en una esquina, mucho eco de miserias en fotos de gran formato. Se me empieza a ir la especie, como cuando juego mucho tiempo a las máquinas tragaperras, que ya no sé qué combinación da premio. Piso sin querer unos hierros en el suelo. Estaban ya doblados antes de que yo los pisase, alego. Cuestan dos mil quinientos euros. Lo sé porque los paga su puta madre. La presiento en el octavo pabellón y hacia allá me dirijo. La veo en el pasillo central y me mira por primera vez. Se ha dado cuenta de que existo, así que no me paro ni un segundo, continúo hasta el sexto pabellón y compro un libro de William Morris para hacer contrapeso con la petaca en mi gabardina. Una pareja de tweed miran una pintura como de niño pero sin ser de niño, con trazo como de adulto pero queriendo ser como de niño pero a la vez buen pintor sin serlo. “Esto es un compost”, dice ella. Decido pedirle a mi abuela que borde la frase en plan Home, sweet home, para mi despacho de Antequera 47.

Vuelvo al octavo y la veo soplando una estructura finísima de hierritos móviles del Equipo 57. Sopla para ver si son móviles. Concluye que son móviles mientras ve, con el peso desplazado sobre una sola pierna, que la estructura se cimbrea. Es el momento de olerla. Me pongo a su lado, cerca de la salida para que no le quede demasiado espacio. Ha de ser ella la que se mueva para que su olor impregne el aire. Uno puede llevarse una taza de café a la nariz, pero es mucho más placentero despertarse al otro lado de la casa con un vago aroma anunciando la mañana. Tuerce su gesto hacia mí, haciéndome saber que le he dejado poco espacio para que pase. Decido hacerle creer que no es deliberado, y me aparto unos centímetros pidiendo perdón suavemente. Al moverme creo una oscilación legítima, así que nada más pasar me zambullo sin recato en la estela de olor. Carmín, Lactovit, algodón secado al sol y una perla de naranja en el desayuno. ARCO es ya una espiral logarítmica. Puticientasmil galerías que abrazan su ombligo. Los tres pabellones se reconfiguran a su paso.

A unos metros están Jordi Postal y Daniel Emotilla. ¿Zapaca 25 años? Regal 12. Green Label 15. Turno de petacas. La pelirroja que se acaba de marchar. Fabulosa, asienten. La rubia de pelo corto. Inmejorable, decimos. La de la galería Hirastrasse. Jóder Postal, ladeamos la cabeza. Siempre metiéndote en líos. Sabes que si trabajan aquí ya están perdidas. Lo sé, y lo asumo. ¿Arconada? Con una lentejuelas en el ARCO Lunch. Me despido levantando la cabeza, gesto que aprovecho para endilgarme un beso de ron. El whisky me deja afrutado, el ron me da aspereza.

A la izquierda un Van Mieden que da risa, a la derecha una escultura de Rosa Pimel que es para destrozarla a puntapiés. La escena se está poniendo negra por momentos. Hay que darse prisa.

Fernando Manglares me sujeta por el hombro. Tiene una teoría peregrina, me advierte mientras me voltea para ver un NO gigante. “Es el fenotipo, dice. En mis múltiples viajes siempre que llego a un lugar me doy cuenta de que el tipo de mujer no me gusta. Hay algo que no me convence. Pasados diez días, me parecen bellísimas todas… Con Santi Sierra me sucede lo mismo. Lo escojo para medir el fenotipo de la Feria. Si al final del día la obra no me parece mal, entonces sé que me van a terminar gustando todas”.

Es ciertamente peregrina, digo asertivo.

La luz se debilita en el hall de entrada. Tengo que correr.

Llego donde está ella. Un torazo neumático se revuelve sobre la moqueta. Abusivo, musito. Demasiado, responde ella. Y un hilo de luz comienza a inundar la escena. A partir de ahí son todos pasos de baile. Ella ríe cuando destrozo los ideales comunistas que se esconden tras una pieza de Marguerite Luhar. Se ríe cuando estoy a punto de quitar con la uña lo que me parece un pegote de masilla, pero que en realidad es una obra de Ismael Córdoba. A la altura del noveno y último círculo alrededor de su cintura me sonríe mordiéndose el labio inferior. Final del trayecto. Compro un catálogo, y antes de salir por la puerta, lo tiro en una papelera. Le agarro de la mano, pasa su bolso por el detector y salimos fuera, muy afuera. Atrás todo arde. Preciosa, le digo, intramo a ritornare nel chiaro mondo, regresamos al mundo de la luz. Postal, Emotilla, Arconada y Manglares también están fuera, me miran y se les quita la cara de aprensión. Esta vez he apurado hasta el último minuto. Ellos también han rescatado cada uno a un ángel de las profundidades del infierno.





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