MOMBAÇA III: Pop-ema de la revisitación



Me cago en las migas de Pulgarcito

Manuel Rivas


Y todo vuelve. La misma pasta del engrudo social, el mismo núcleo del caldo viscoso.

El renacimiento de lo genéticamente elidido. Lo POP es todo aquello que se vive como un presente remasterizado, un greatest hits de nuestra conducta, un mix de nuestra ética, un sampler de nuestra estética.

Es un error seriado. La misma fisura, el mismo agujero, el mismo roto y el mismo descosido, en la misma parte del objeto. Todo vuelve como un remake. Con una pátina artificial de silicona que embellece avejentando, que popsiciona todo en las latitudes pretéritas de nuestro imaginario. No se trata siquiera de un Aura fría, ni de una Cultura del simulacro. Esto está fuera ya de toda teoría. Se escapa a toda pretensión de encontrar derivaciones y etimologías. Es simplemente abyecto, irreductiblemente estúpido. Es bañar la idiocia en tinta flúor. Pero el POP ya es todo, es POPmodernidad, POPSOE, Partido POPular, capitalismo POP, anticapitalismo POP, desde la ropa interior a la energía nuclear, todo cae en ese enfermizo instinto colectivo de industrializar nuestras personalidades y empapelar nuestras paredes idiosincrásicas del mismo verde chillón. POP es la onomatopeya del mundo occidental, el exabrupto que uno debe soltar cuando algo se rompe, el título de cualquier artículo, el nuevo POST, la única máquina de visión, el sello con el que se certifica cualquier instancia, el ladrido del perro y el canto del pájaro.

La izquierda es la encargada de parcelar este gran Popland, de convertirlo en un sistema minifundista de sofisticado bienestar. La izquierda es la responsable de haber reducido la lucha global a sistemas autárquicos de combate. Cada uno libra su propia batalla con su sintonizador de televisión, con su factura del teléfono, con su mascota semi-instruida, intentando en todo momento que estos pequeños campos de batalla unipersonales se conviertan en las grandes placas tectónicas que cimbrean el mundo. Y en realidad lo son, porque ayudadas por el virulento POP, las ideologías personales se han ido convirtiendo en sistemas de chalés adosados dentro de una misma urbanización, así que cuando se rompe una antena, son todos los vecinos los que se quedan sin cobertura.

Y uno poco a poco aprende que sólo le quedan los umbrales, que son justo los pasos fronterizos alienados, impersonales, los únicos espacios que puede colonizar para sí mismo, donde puede rociar su fragancia, desnudarse o mostrar sus parafilias. Es justo sobre el muro de cemento que separa tu jardín del de al lado, donde puedes colocar las banderas de lo íntimo, porque de puertas para dentro todo es exactamente lo mismo. El mismo canon de encimera, los mismos libros y las mismas cuotas de agua. Todo está tapizado en POP, todo rezuma exceso, todo se encuentra plenamente abastecido, rebosante. Las sucesivas políticas glandulares de este emporio occidental han liberado tanta endorfina que hemos llegado a enmoquetar nuestros procesos sinápticos, sumiéndolos en mullidas reacciones, en «peluchismos», en dulces y espumosas sensaciones. Súper POP indolente. Le he quemado su jersey y se ha comprado cinco o seis, dicen los Hombres G.

Nadie cuenta ya con esa «mochila ecológica» de los elementos. Todo aquello que pertenece a los objetos pero que se ha ido decantando y haciendo desaparecer hasta llegar a nosotros. Nadie mide el peso de las auras, tan sólo se deja tostar por su radiación. Y cuando una voz de alerta suena en el interior lo único que hay que hacer es apagar la luz.

Yo no digo nada, no quiero decir nada. Yo también tengo mi hipopteca y mis pastillas para dormir sobre la mesa. Uso los jeans de siempre y bebo copas en el grifo de la discoteca. Tengo una televisión naranja, una silla roja, unas bermudas amarillas y un corazón de plata. Tengo todo lo necesario para emprender este viaje absurdo sobre escaleras mecánicas, sabiendo que sólo podré ser quien tenga que ser.

Y en el lento traqueteo de los peldaños y los rodamientos, una dulce cancioncilla vendrá a mi espíritu. Un leve susurrar que, inquietándome, dice: pop pop pop pop pop, stop: parad las máquinas, que reza Gonzalo Escarpa en su vehemente poema mecagoentuputamadre.




Fabio Rodríguez de la Flor


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