LOS CUENTOS DE RUBÉN MATÍNEZ SANTANA

Rubén Martínez Santana



Cueva de Salamanca

8 de junio 2009

Un encuentro virtual entre iguanas de origen venezolano tiene lugar aquí desde estas letras. Asistimos en el blog al cruce de miradas de ojos saltones entre una iguana ebria, que se pasea dando tumbos por la ciudad unida por un lazo a Carlos Contramaestre, y Juana la Iguana, protagonista divertida, y en este caso sobria, de una serie para niños creada por Rubén Martínez Santana, en la que además este cuentacuentos, actor, director y escritor polimórfico y polifónico daba vida a tío Alberto.

Tío Alberto decidió quedarse en el hotel mientras en la cueva Rubén Martínez repartía azúcar en forma de cuentos sólo a los que habían besado. Rubén compartió escena con un marajá gordo y cincuenta negritos flaquitos y todos nos acurrucamos en su sombra hasta que apareció con una decena de magos. Y es que, flotando en el vacío sideral, el mago se pregunta una y otra vez “¿qué es lo que dije mal?”, pero el mago no dijo mal nada, es sólo que las palabras mágicas dejaban un regusto dulce sobre el espacio, una especie de vapor de agua silencioso en el que se sumergían varitas, conejos y chisteras.

Augusto Monterroso se hizo presente desde lo alto de la cueva, gritaron desde lo alto que sabían lo del dinosaurio, ¡sabían lo del dinosaurio! Y el cuento más breve del mundo casi rueda por las escaleras como las gafas mágicas del relato de Cortázar. Rubén era un hombre visible y todos nos dimos cuenta, con sus gestos, saltos, su forma de encogerse y ladearse, nos dictó la receta para un crimen perfecto, nos redactó un resumen de mitología desde una playa en la que juegan los unicornios. Cuarenta cuentos chiquitos como el microbio que ganó el Nobel de tanto estudiar al científico, cuarenta cuentos desde los que comenzar a contar las estrellas. Como colofón el Colorín Colorado del libro Abrapalabra de Luis Brito García, en el que Rubén reune luciérnagas, sube por un rayo, se pasea por una aldea donde la felicidad se guarda en vasijas para que no se gaste, observa la batalla entre las cosas y los nombres de las cosas, permanece prisionero en el laberinto de los ojos curiosos y finalmente se sitúa a las puertas del final de su sesión de cuentacuentos con el corazón del mago atravesado por la varita de la dicción de la ficción, allá en una cueva llena de conejos sin chistera.

Cristina Martín


1 comentarios:

Rubén 14 de diciembre de 2013, 12:47  

Gracias por esta hermosa crónica, Cristina.
Un abrazo

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