MOMBAÇA III: Facciones, sobre el mito del artista posmoderno


Según el MAP (mito del artista posmoderno, ver el MAV en Félix de Azúa) el artista es una persona guay, independiente, simpática e inteligente, pero sobre todo normal, muy normal. Una persona que se dedica, como cualquier otra dentro de un medio comercial, a mostrar y vender un producto. Sus sitios de trabajo y negocio son los museos, los centros de arte, las galerías y las instituciones gubernamentales ligadas a la cultura. Su vida transcurre entre inauguraciones, congresos, fiesta y humor negro. La obra (el trabajo en cuanto tal) es una especie de continuación vital de este discurrir, tan importante como las relaciones y contactos, y por tanto, no tan importante. Lo esencial no es el curro sino que parezca que se curra, por lo que todo artista que cumpla 70 años merecerá un homenaje bien pagado por el estado o la caja rural o la asociación de amigos de las mancuernas y los osos.

Este es a grandes rasgos el MAP, el argumento más utilizado hoy en día por la supuesta «crítica radical» para condenar al artista que se plantea su labor de manera profesional o semi-profesional, para negar cualquier intención de criticar «los sistemas dominantes» a su obra, y en definitiva, para pedir a gritos que nombren como concejal de cultura a un luchador social amigo de los punkis y los niños y no a un sabelotodo elitista.

No me voy a molestar en intentar desmontar el mito porque me parece tan alejado de la realidad que no hace falta, lo que me propongo es cargármelo poniendo en evidencia a sus fans.

Buena parte de los fans es gente muy inocente que se considera punki o hippie porque suele emborracharse en cualquier plaza, y que piensa que el mundo puede cambiar a base de arte en la calle y crítica del poder. Yo en este punto me considero un dinosaurio marxista, creo que para «cambiar el mundo» habría que cargarse a más de la mitad de los vivos, por lo que paso de cambiar el mundo.

Otra parte de los fans odia el posmodernismo porque lo considera cosa de yuppies y muñecas de plástico. Una especie de neoliberalismo estético que quita significado a todo. Curiosamente vuelvo a descubrir que soy, también en este punto, un dinosaurio marxista, porque creo simplemente que el posmodernismo no es nada de nada. La mayoría de los artistas, escritores y locos que conozco no sufre de post-modernidad sino de sobremodernidad; una sensación de hastío profundo y terrible con respecto a lo que la modernidad ha producido, con respecto a tener que morir en este circo, la certeza de estar hundido en la mierda hasta la médula y no poder hacer nada para salir de ella. (El término sobremodernidad ha sido utilizado por estetas yanquis para hablar de algo un tanto diferente, pero no creo que mi uso de la palabra esté del todo mal). Resumiendo: algunos progres acusan a otros de posmodernos para sentirse menos frívolos en la cola del supermercado. Cuando estas rencillas de oficina llegan al arte y la literatura se forma una pared de «defensores de la verdadera cultura» que suele dedicarse a joder a los niños tratando de enseñarles el baile charro (caso Salamanca) y algún otro horror que sirva para reafirmar «lo que somos» frente a las peligrosas ideas de los malintencionados modernillos de turno.

Pero la parte de los fans que más me molesta es la que utiliza Hollywood para hacer sus estudios de mercado. Esos individuos que creen ciegamente que un artista sólo es un artista verdadero si responde al MAV (el mito del artista de vanguardia: aquél individuo que después de sufrir el ostracismo absoluto viviendo en una buhardilla durante 30 años fumándose una colilla vende un cuadro, y después otro, y de repente es aclamado por los críticos y perseguido por jóvenes putillas de todas las razas, o aquella persona que sufre toda clase de maltrato en la niñez, o accidentes que la destrozan física o psicológicamente pero que aun así se levanta por encima de los normales para ejecutar una obra extraordinaria). Los que creen en el MAV han construido la imagen del MAP. Así pueden acusar tranquilamente a sus coetáneos de ridículos e ineptos si no han sufrido lo que se debe sufrir. Por eso cuando hay que determinar dónde van los fondos culturales, si hay que escoger entre pagar la obra de un artista joven o financiar una asociación de promoción del folklore, se decidirán por la segunda, porque a falta de Van Gogh (el gran sufridor) mejor apoyar «lo nuestro». Para desventura de todos, son mayoría, y por eso el público acude masivamente a ver bodrios insoportables como Frida, protagonizada por Salma Hayek, y consolarse viendo ese gran símbolo de la cultura del MAV sufrir y sufrir sin perder la cara bonita y el culo bonito de una reputada actriz. Yo, que he descubierto escribiendo esto que soy un dinosaurio marxista, pido perdón a Frida por los abyectos (que dicen ser de mi especie) que ahora se nutren de su cadáver.

Gordon S. Collins


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