SILENCIO 2.0






Editorial Delirio


SILENCIO 2.0

13 de junio de 2009

Casa de las Conchas.

Salamanca.


La noche se afianza, pero no es menester confiar en ella. El público, indeterminado, escondido bajo los soportales, hace crujir sus huesos, o parpadea, no sube ningún poeta al escenario. Aquella noche me acordé de las cargas policiales, de los Jeeps, los gases lacrimógenos. Luego, en el segundo piso de la Casa de las Conchas, un poeta, apoyado en la barandilla, habló de la belleza, caminando, hablaba y caminaba, el público lo buscaba con los ojos, nadie lo veía, sólo esa voz que bajaba de arriba, donde la universidad pontificia iluminada, donde la parranda de los dioses descolgados de las nubes de tan borrachos. Oh, la belleza es esto y es lo otro, y la belleza es bella, y estas cosas, decía aquél poeta bajado de arriba, pero no del cielo, cosa confusa, postluminiscente o afterglow. Bajó y subió al escenario, recitó con ceño fruncido, inclinación hacia atrás de la espalda, como ballesta, o héroe pindárico. Tan alegre era su tristeza que uno no sabía qué hacer; pero al final siempre ocurre lo mismo, que para esto sirve la literatura, para que todas las mujeres del mundo se vayan con los surferos y directivos de empresas de zumos, y los poetas se queden escribiendo en casa que se fueron con ellas. Dijo: ahora un poema grande, y sacó un papel grande con un poema grande. Dijo: ahora un poema pequeño, y sacó un papel pequeño con un poema pequeño. Todos pensamos en los Beatles, al menos yo lo hice, por qué; buena pregunta: porque al principio se afeitaban y luego ya no, de modo que si la decadencia es barba, Gonzalo Escarpa, poeta, no era barba, sino abominación, monstruo, o tigre en la casa tomada. El más guapo de España, decían las mujeres. Los hombres también lo pensaban, y desde que le escuché tengo en cuenta la matemática fractal, la duración intermedia de los cigarrillos, donde todo ecuador aparenta vacío, donde todo centro es igual a cero, pero nadie sabe que al equilibrio no le hacen falta hospitales, ni vómito todos los días por efecto del veneno, porque en él no hay veneno.

Luego otro poeta, Josep Pedrals, al que la CIA busca para acabar con su vida, y que una vez estuvo en Japón y ganó un concurso de oratoria. Probablemente el único poeta catalán que los catalanes no entienden. Sin embargo suele ser así cuando te paras delante del Guernica y lo miras, hay cierto síndrome de Asperger, refutación holística de que todo conjunto debe ser comprendido una vez comprendidos cada uno de sus puntos. Pero hay cosas en este mundo que tienen demasiados puntos, y que por lo tanto no entenderemos jamás, hablo de Dios, por ejemplo, cuya manifestación más elemental es la muerte de Michael Jackson por parada cardio-respiratoria. La palabra respirar tiene su origen en el término ser. Quién no respira, no es. Y como Josep Pedrals (En Inglaterra Joseph) recita tan rápido y con tanta perfección –dicción- se puede decir de él que es más ser que los seres. Y la verdad, como dijera Lacan, a nadie deja de incumbir personalmente. Queremos saber la verdad. Eso queremos. Y entonces va Pedrals, sin micrófono ni nada, y recita una carta de amor que sólo habla de quesos, y hablando de quesos nos encontramos hablando de amor, en el sentido estricto de los agujeros y de que ágape es el origen de la palabra amor (αγαπη = amor [de αγαπαω = amar]). Eso quiere decir, intuyo, que si me echo colonia, ese olor ficcional tiene la intención de revelar las cinco estrellas de mi superser, pero ficcionalmente, joder; si sólo pudiera mi olor conquistar el mundo, entonces podría decir que me parezco un poco a Pedrals, cuya voz no sólo conquista a mucha gente, sino que además lo hace en diferentes idiomas.

Vamos allá. El último poeta es Peru Saizprez. En la cena, alrededor de una pizza marítima me habló de extraterrestres. Él es fotogénico, pero tiene las manos pintadas de negro. Me gusta el negro, dijo, pero no lo dijo. Empezó con un poema circular, en cuyo origen está la prehistoria de los hombres, y quizá ni siquiera nuestros últimos estadios evolutivos, sino otros, anteriores, demasiado atrás todo para que alguien pudiera comprender algo. Sin embargo parece ser que la incomprensión es un buen antídoto en cuestiones de ética sexual; hace falta comer para destilar el veneno, tempestad para nadie y dentro de uno, desear el alcohol tanto o más que el silencio. ¡Oh Dios, quiero que, por lo menos, en este mundo de mentiras, mi sangre al menos sea cierta! Como ciertos eran los breves pasajes que leía Peru con una peluca negra sobre su pelo negro y su traje negro (observación: llevaba zapatos rojos). Porque no es lo mismo que la chica salga de el pastel que el pastel salga de la chica. Que tenemos todo el derecho de fracasar, y de ir por allí pegando tiros a los mierdas de este mundo, pero no hay reconocimiento en tales derechos. Tenemos la obligación moral de preguntarnos por quién doblan las campanas, porque casi nunca doblan por ti; Yes sir, I can boogie, boogie, boogie. La literatura es una filosofía de la composición, es como el sistema de tiro al arco Zen, para el cual dar en la diana significa no tener que apuntar nunca. No le gusta a nadie, excepto a los poetas, morir sin testigos, solos, en una habitación; y sin embargo con todo el mundo por testigo: las plantas, los libros leídos en ese momento, o un verso que dice: desde que te conozco tengo en cuenta a la muerte.

Me cago en la puta, en el miserable y estrecho punto de mira de los telescopios. Para qué algo tan pequeño para decir algo tan grande. El poeta es como el Hubble, ve las galaxias y los cuásares, pero también estima y preferiría, de vez en cuando, alguna partida presupuestaria, alguna puta reparación. No, no hay nada que decir, pensó Pavese en su último día. Tutto questo fa schifo, pensó, e non scriveró mai piú. Pero aún así detrás de la ventana seguía lloviendo, y toda esa noche llovió en la Casa de las Conchas, y para qué, me pregunto yo, si el pozo estaba tapiado por orden de la empresa municipal de aguas, para qué, sino para mojar a los poetas y que la lluvia resbalara por sus textos, desfigurándolos, asimilándolos al movimiento del héroe que corta las cabezas de la Hidra, sin saber que de esas cabezas volverán a nacer otras, más fuertes, y temibles, y feas; y por más que nos maten y sacrifiquen, o corten en pedazos, en Jesucristo hemos de creer. La resurrección tiene las manos de la noche; y la muerte, en el caso de ser un poema de Peru Saizprez, es la diferencia entre ella y la diferencia misma.




Víctor Balcells Matas


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