MOMBAÇA I: Michaux y la mescalina: Conversación con Lucien Benoit

En Alcalá de Henares, lejos del centro, en una pequeña casa con excéntricos muebles de madera en el porche, vive desde 1983 el escultor belga Lucien Benoit... «Me gusta vivir aquí, lejos de las aglomeraciones de las ciudades», dice al darme la mano. «Madrid es un infierno, un pastel de cabezas, ¡mira los rostros, hay gente viva leyendo la publicidad de Coca Cola!». Benoit lanza este discurso apenas abrir la puerta; las paredes de la casa están llenas de pinturas, fotografías, tallados de madera … Me pregunta si me gusta el arte actual, a él no: «Nos vanagloriamos de haber aceptado “la diferencia”, el cualquier cosa es válida domina todos los campos estéticos, ¿cómo ser “otro” en esas condiciones?. Las escuelas de arte se mueven hacia el academicismo, pero no siempre fue así. Puedes desnudarte o gritar hasta la extenuación, da igual, ¿quién lo escucha?, ¿quién esta dispuesto a compartir ese grito?»

Habla rápido y cambia de tema constantemente. «Nos gusta consumir estética, nos gusta que las cosas no tengan fondo, si vas a un museo y criticas una obra de dos muñecas amarradas a una cacerola te dicen que eres un carca y un conservador de mierda, entonces ¿de qué estamos hablando?, se ha puesto difícil dar una opinión que no sea complaciente; y después se preguntan por qué nadie “entiende” el arte actual». Benoit tiene una energía fuera de lo común, habla con mucha convicción pero sin moralinas; prefiere utilizar una broma a un argumento. Es imposible dar cuenta en este espacio de un encuentro que se prolongó más de 3 horas; intentaré reconstruir lo mejor que pueda la conversación que tuvimos sobre Henri Michaux, poeta y pintor belga, uno de los primeros en documentar sus experimentos con alucinógenos en la década de los 50.

«Me ayudó mucho, fue muy importante su amistad en esos años». Benoit conoció a Michaux en el verano de 1954 en París, a través de una amiga común, que llevó al escritor a una representación «improvisada» por el grupo de Benoit —Los cinco doctores—, en un café del centro. «Yo era actor de teatro, estaba loco, me obsesionaba la idea de trabajar en la calle, tenía 20 años. Lo abrumé con preguntas y cuando supo que éramos de la misma ciudad [Namur, Bélgica] me dijo que lo buscara si regresaba a París». Meses después, Benoit se separó del grupo y vivió en casas de amigos con muy poco dinero, entonces buscó a Michaux: «No sé por qué hay una leyenda negra a su alrededor, he oído gente que lo describe como un misántropo, como un hombre antipático e inaccesible; todo eso es una tontería. Evitaba la mayoría de los corrillos literarios y no le gustaba ser fotografiado [las únicas fotografías que se conservan fueron hechas por Gisèle Freund, Brassaï y Claude Cahun], pero eso no convierte a nadie en un antisocial. Su relativo aislamiento debe interpretarse como una manera de mantener la cordura en la búsqueda, creo yo, como una forma de no dejarse consumir por las modas y los caprichos de los críticos y el mercado».

Michaux probó la mescalina el mismo año de 1954. Jean Paulhan le proporcionó la sustancia a él y a un grupo nutrido de artistas y escritores franceses entusiastas de la experimentación con alucinógenos. Años después, con muchas experiencias acumuladas, dedicó a la mescalina los siguientes libros: Miserable milagro, El infinito turbulento, Paix dans les brisements, Conocimiento por los abismos, Las grandes pruebas del espíritu y Vers la completude, además de muchos poemas y ensayos sueltos. Son importantes también sus pinturas, que se dividen en pre-mescalínicas, mescalínicas y post-mescalínicas.

«Algunos psicólogos estaban utilizando mescalina y LSD, pensaban que podían ser útiles en el tratamiento de pacientes con esquizofrenia y otras enfermedades mentales, para muchos artistas era una forma de “sufrir” en carne propia la locura o la revelación divina. A Paulhan le daba mescalina un psiquiatra español, Julián de Ajuriaguerra, y él la repartía entre sus allegados. En principio se organizaron tomas en grupos muy reducidos, sin hacer ningún tipo de publicidad o proselitismo, no me enteré del asunto hasta diciembre del 55, mi primera toma fue el día de año nuevo y los efectos tardaron casi 2 días en desaparecer, fabriqué miles de figurillas de papel en esos dos días. Michaux y otros me habían hablado de la velocidad y las cataratas de color pero mis sensaciones fueron muy diferentes, experimenté una lentitud total, un cansancio aplastante. Por momentos tuve la certeza de que había muerto y estaba en un espacio intermedio entre el mundo y el absoluto. Después de eso abandoné el teatro, ya no me sentía cómodo con la idea de interactuar con “un público”, sé que fue la decisión de un chico romántico pero no me arrepiento, porque sólo entonces me dediqué de lleno a la escultura».

«No creo que los alucinógenos nos lleven porque sí a un “estado místico”. Nuestra reacción a ellos está condicionada por las circunstancias sociales, y nuestro carácter, por supuesto. Hoy en día se comen tripis para ir de fiesta, el uso recreativo está institucionalizado, son pocos los que ven demonios o cambian de trabajo. La cuestión de la creatividad en estados alterados de conciencia es falsa en mi opinión; no se es más o menos creativo cuando se toma una droga, las experiencias que tuvimos yo y muchos artistas de mi generación están condicionadas por nuestras propias búsquedas. El error de intentar reproducirlas ya fue cometido por los psicólogos que estudiaron los alucinógenos en el pasado, buscaban recursividades, sucesos que pudieran inducir una y otra vez repitiendo las mismas condiciones».

«Michaux en El infinito turbulento describe una serie de experiencias muy diferentes entre sí, quizás la obsesión de la velocidad sea el único punto común, pero eso no significa mucho porque la velocidad fue uno de sus temas siempre, antes y después del período mescalínico».

«Sin duda, los dibujos son más “importantes” que los textos, Michaux prácticamente había dejado de escribir después de la muerte de su esposa. Lo más significativo está en Conocimiento por los abismos, es el libro más profundo, pero los dibujos; esos son verdaderos milagros, sacudidas, los trazos de fuerza pero volubles, ágiles, medidos, repetidos, una visión».

«En febrero de 1956 participé en una toma de mescalina junto a Jean Paulhan y Henri Michaux (que me había invitado)». Benoit llevó un diario la mayor parte de su vida, los cuadernos son una combinación de dibujos y texto que bien valdría una publicación. No tuvo reparos en que los revisara para contrastar las fechas de algunos episodios aquí narrados. «Era un caserón enorme en las afueras de París. Había toda clase de materiales de dibujo preparados si queríamos utilizarlos. No puedo decir mucho sobre lo ocurrido porque la droga me pegó un golpe muy fuerte; tampoco recuerdo lo que hicieron los demás. Días más tarde, cuando volví a ver a Michaux, teníamos una extraña confianza, la diferencia de edad se había desvanecido en parte, no es que hubiera dejado de respetarlo, pero compartíamos algo diferente; una sensación parecida al orgullo siempre unida a la certeza de que ese orgullo servía de poco, como si hubiéramos recibido algo por unos momentos y no sirviera de nada intentar recuperarlo…»

«No soy la persona indicada para hablar de los libros, no me gusta escribir y aunque fui muy aficionado a la lectura ahora no lo soy tanto». A pesar de decir esto, Benoit me mostró las ediciones originales de todos los libros de Michaux sobre la experiencia visionaria.

Michaux experimentó con libertad, sin juicios morales ni alegatos para cambiar el mundo. Esa escritura es el caos sensorial y psíquico que produce el viaje interior. Esto lo diferencia claramente del grupo de autores anglosajones que promovió el movimiento hippie. Siempre fue muy escéptico sobre la posibilidad de cambiar el sistema o las formas de pensar establecidas, esa clase de cosas no parecían preocuparlo… Los experimentos de Michaux no tenían un fin pre-establecido, él nunca se preocupó del lugar a donde iba a llegar con ellos, lo importante eran los acontecimientos de la experiencia, y los dibujos y poemas forman parte de ella, no la “representan”»

«Pensaba que Las puertas de la percepción, el libro famoso de Huxley, era realmente malo. En cambio, creo que apreciaba sinceramente a Allen Ginsberg, y fue uno de los primeros “franceses” que se interesó en la que más tarde llamarían poesía beat»

Benoit es inagotable, hablar de arte con él es de no acabar nunca. «Vuelve cuando quieras, trae la revista, el laisse faire es lo más conservador que existe, no lo olvides, después del tío que pone una cagarruta de mono en una galería vendrán los pintores de vírgenes»



Jorge Páez

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