MOMBAÇA IV: Breve advertencia e historia del rabo de toro


Si el azafrán, la vainilla y la melaza alientan el sopor erótico e invitan a placeres carnales delicados e insólitos, el rabo de toro excita los instintos más bajos y brutales y hace sátiros de los varones más nobles. Nada peor que el rabo de toro para la paz conyugal. Los hindúes, maestros ancestrales del coloquio amoroso y la genuflexión amatoria prohibieron su consumo muy temprano y, por precaución, extendieron el tabú a la pezuña, la cuerna y, por fin, a la res entera. Eran finos observadores estos tipos, y pronto advirtieron que sus enemigos macedonios (y sobre todo Alejandro, su rey y capitán) eran devorados por pasiones malsanas tras celebrar sus típicas tauromaquias. Una vez muerto el toro, y desollado, era probar el rabo y convertirse en asnos los gallardos soldados. Al final, por ésta y otras cosas (entre ella el gusto, también funesto, por la morcilla1), fueron a menos.

Un pueblo es lo que come. Sin aburrir al lector con explicaciones antropológicas fuera de su alcance, veremos tres ejemplos de pueblos rabotaurófagos: el inglés, el español y el mexicano. Un inglés degusta rabo de buey manso y laborioso junto a una chimenea que alberga un fuego de roble. Lo acompaña de oporto o jerez. Le invade un furor erótico rugiente pero contenido. Le basta mirar el cuadro de una batalla o limpiar sus pistolas pensando en la próxima cacería del zorro2. El español prefiere el rabo del toro bravo y montuno. La muerte humillante del animal (al estilo griego) envilece aún más el género. Con la servilleta anudada al cuello, lo riega con sanguíneo vino. Su estómago lanza una bengala al cerebro: se avecina un crimen pasional, un incesto, el encierro perpetuo y preventivo de una inocente muchacha. El mexicano comienza como el español, pero añade pimientos picantes, quita el vino y pone tequila. Los efectos, así, son más fulminantes y más brutales, aunque carecen del sadismo enfermizo del inglés y de la turbación trágica y lunar del español. Las autoridades, siguiendo razonamientos erróneos, han buscado en el vino y los otros licores la causa de muchas escenas de furiosa depravación. ¡Cuánto se ha culpado a la bebida de asuntos que son responsabilidad del rabo!3 Imperios han caído por culpa de este veneno. Cayó el griego, cayó el español, cayó el británico. Santos varones, como el ermitaño Gianbattista García-Dorronsoro, intentaron dar aviso cuanto antes: «más malo que el rabo de Satán es el rabo de toro, Caín dio al otro con un rabo casi seguro4». También algunas mujeres, seres de naturaleza angélica y víctimas principales de la perniciosa influencia del rabo, han denunciado su naturaleza vil en muchas ocasiones. Hay escritos de una monja del XVI (seudo-Juana de Álava) que afirma que el diablo la tentaba metiendo el rabo de un toro por el ventanuco de su celda. Otros documentos recogen testimonios de otras mujeres (monjas y seglares) que han visto o soñado imágenes imponentes: rabos de toro en llamas, moscas con rabo de toro, bosques impenetrables de rabos, rabos disfrazados de caballero o de muerte, rabos que silban y se arrastran como serpientes… Una chica de El Ferrol soñó en 1936 que paría y en vez de un niño le salía, poco a poco, un rabo de toro.

Sigue el rabo instalado en nuestras mesas, cada vez menos entre gente dotada de sensibilidad y entendimiento. Sólo resta aconsejar prudencia. El rabo de toro puede ser sustituido por otros platos menos furibundos y misóginos que, como la albóndiga tontorrona y la ingenua croqueta, garantizan una sobremesa sonriente en compañía del ser amado y hacen juego con una bonita servilleta de cuadros.



LA RECETA


Ingredientes:

-Dos rabos de toro

-Una cebolla grande

-Medio pimiento verde y medio rojo

-Cuatro dientes de ajo

-Doscientos gramos de tomate

-Dos hojas de laurel

-Doscientos centilitros de vino de Jerez seco

-Caldo de carne o agua

-Aceite de oliva


-Sal y pimienta al gusto



Elaboración:

Se avisa en el cuento adjunto del peligro de este guiso, pero allá cada uno. Córtense los rabos por entre los huesos en rodajas, sin preocuparse de que el extremo no adquiera tal forma. Salpiméntese el resultado con generosidad y sofríase a fuego vivo en sartén hasta que se dore. Hecho esto, pásese a una cazuela grande y déjese allí en espera. En la misma sartén (ahora vacía) sofríanse las verduras. Viértase el sofrito cuando se estime sobre los rabos y riéguese con vino. Aplíquese lumbre unos diez minutos, hasta que se evapore el alcohol. Una vez hecho esto, añádase el agua o el caldo y déjese hervir durante dos horas más o menos. Prueba y razón de que el guiso está en su punto es que la carne se desprenda del hueso sin esfuerzo. Rectifíquese la sal y sírvase. Acaba con ello la felicidad del hogar.

Tomás Hijo




1 Es sabido que la morcilla provoca elaboradas ensoñaciones suicidas. Por ello, los lingüistas han revisado recientemente el significado de la expresión «que te den morcilla» o «vete a tomar morcilla».



2 No nos adentraremos en la simbología fálica y misógina de tal acto.



3 Aclararemos que no todos los queridos hermanos ingleses, españoles y mexicanos comen rabo, y que las taras reseñadas derivan únicamente de su consumo, y no de vicios propios, que también los tendrán, digo yo, pero que ahí no me meto.



4 Más que probable origen de la expresión contemporánea, «vaya rabo» o «le metieron un rabo».





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